Me llaman la atención los true crime, no o voy a negar. Casos reales en los que las reglas o la casualidad hacen que se resuelvan los crímenes con mayor o menor celeridad y acierto. Esos en los que la realidad supera con creces cualquier invención del cerebro más retorcido y privilegiado de la literatura (si, acertaste, en este momento estoy pensando en S. King).
Si en la pasada entrega de la escena del crimen te hablé de un caso en el que las pruebas de ADN volvieron locos a los investigadores, hoy te traigo un caso que a punto estuvo de quedar impune debido a que, al otro lado del charco, no es posible juzgar dos veces a una persona por el mismo delito. Veinticinco años de espera para que la justicia se cumpliera. Casi nada.
Pero no te adelanto más. Entremos en faena. Continue reading